Obra Filosófica

OBRA Summa totius operis Aristotelis

  Libro XII: Biología y Zoología

  Titulo IV: El alma sensitiva.

 

 

Capitulo VII. La percepción mediante otros sentidos.

 

En el libro tercero de su obra Del Alma, nos dice Aristóteles que no existen más que los cinco sentidos a los que he dedicado los cinco capítulos anteriores[1]. Evidentemente, no es cierto. Aristóteles ignora la propiocepción, la compleja red sensorial para la recepción de las señales producidas por nuestro propio cuerpo y referentes al mismo. Pero, además, desconoce el sistema de percepción de otras especies.

En cuanto a la propiocepción, los cuerpos de los vertebrados cuentan con termorreceptores ubicados en la cornea, la lengua, la vejiga urinaria y la piel del rostro en nuestra especie, y en otras partes similares en los demás vertebrados. Cuentan, asimismo, con barorreceptores o receptores de la presión sanguínea, arteriales de alta presión, y cardiopulmonares de baja tensión. Los primeros son terminaciones nerviosas libres que detectan la dilatación de la pared arterial y cuando la presión sanguínea disminuye envían señales a un núcleo de la medula oblonga del cerebro para aumentar el ritmo cardiaco. Los segundos, son también terminaciones nerviosas libres que se encuentran en las paredes de las grandes venas, en los vasos pulmonares, en la aurícula derecha del corazón y en sus ventrículos, regulando el volumen sanguíneo con efectos circulatorios y renales, iniciando a largo plazo un aumento de la presión sanguínea, mediante la secreción hormonal, reteniendo fluidos y sal para elevarla.

         Cuentan también la mayor parte de mamíferos con un sistema vestibular que detecta el equilibrio y la orientación espacial con el propósito de coordinar los movimientos que, junto con la coclea en el sistema auditivo, constituye el laberinto del oído interno y que como el movimiento consiste en rotaciones y movimiento, comprende dos componentes, el sistema del canal semicircular que indica los movimientos rotacionales y los otolitos que permiten percibir las aceleraciones lineales, enviando señales primariamente a las redes nerviosas que controlan los movimientos del ojo y los músculos que permiten al animal erguirse.

         Cuentan también los vertebrados con nociceptores o receptores del dolor, con detectores y vías de transmisión específicas dentro del propio cuerpo y tipos de receptores diferentes para el dolor agudo o persistente, lo que permite anestesiar los axones –fibras Aδ y C, que los trasmiten-.

       Cuentan con mecanorreceptores de propiocepción que detectan el estiramiento de los músculos y el movimiento de la misma manera de los heterorreceptores: la distorsión o estiramiento de la membrana plasmática del mecanoreceptor aumenta la permeabilidad de la membrana a los iones de sodio y potasio, de forma que el potencial de la membrana varia y se produce la despolarización y el potencial de acción. En este caso, los husos y fibras musculares, constituidos con unas dos a doce fibras y rodeadas con tejido conectivo, cuyas partes medias quedan rodeadas en espiral por las terminaciones nerviosas libres de estos mecanorreceptores. Cuando el músculo se estira, se estiran las fibras del huso, lo que despolariza la terminación nerviosa libre y desencadena potenciales de acción que se transmiten al sistema nervioso central, a través de la médula espinal.

         Cuentan con quimiosensores, sensibles a la capsaicina y a otras sustancias químicas.

         Y todos ellos son frecuentemente polimodales: terminaciones nerviosas libres que perciben sensaciones térmicas, baricas o de dolor a la vez y mediante el mismo sistema eléctrico de potenciales de acción que hemos visto en relación con los heterorreceptores.

         Aristóteles desconocía, también, otros sentidos heterorreceptores.

         Las abejas y otros insectos tienen óculos en la cabeza que les permiten polarizar la luz del sol en un día nublado y, percibir así su posición relativa, a los efectos de orientarse durante su navegación, como hacían los marinos del norte de Europa con su piedra solar (sunstone).

         Las cobras y otras serpientes tienen en la cabeza detectores de radiación infrarroja que les permite la caza nocturna de pequeños mamíferos.

       Entre los peces, algunos teleósteos tienen líneas laterales electrorreceptoras con electrorreceptores específicos en forma de ampollas. Los esfirmidos –un género, dentro de los dos géneros y diez especies de tiburones martillo- tienen toda su superficie ventral abarrotada de ampollas de Lorenzini; se alimentan de especies que se entierran en la arena, y pasan su martillo a pocos centímetros de su superficie, hasta detectar los débiles campos eléctricos generados por la actividad muscular de sus presas. Los peces que cuentan con órganos que producen descargas eléctricas no tienen solo detectores con forma de ampolla, si no también, con forma de tubérculo con el que perciben sus propias descargas de alta potencia.

         Por último, es conocido el sentido de orientación de las palomas mensajeras, de las aves migratorias, de las mariposas monarca, de las tortugas y de los salmones que nacen en un río y vuelven a él para reproducirse y morir. Ya hemos visto, la dificultad de dar a este sentido una explicación detallada y científica: lo único evidente es que tras cuarenta años de trabajos en magnetorrecepción, no se ha identificado todavía un receptor sensorial.



[1] LC 16. 424b 22

VOLVER