Obra Política

Obra 3.- Cinco siglos de decadencia política y de represión cultural y social.

 

Hemos visto, en la Obra 2, las líneas históricas esenciales de  la  contribución de Cataluña a las empresas hispánicas, desde el año 266 a.C. hasta la conquista de Navarra.

Las dos actividades más prestigiosas y lucrativas de la Edad Media fueron la religión y la guerra. Por eso, el imperio emergente de esa época fue el árabe que acabó, en el campo de batalla, con los dos imperios clásicos orientales; estableciendo, a la vez, “una religión sin inconvenientes”, poderosos ejércitos permanentes y un modelo de ejército adaptado a Oriente Medio y al norte de África. Y, por eso, los triunfos políticos de Fernando II de Aragón dependieron frecuentemente del apoyo de Rodrigo Borja –Alejandro VI- en la Sede Vaticana, y de la temible infantería española.

En los siglos XIV-XV, las sociedades europeas comenzaron, con el Renacimiento, a superar técnica y científicamente a las culturas clásicas griega y latina. La guerra empezó a necesitar técnicas y medios económicos crecientes y, por tanto, precisaba de una sociedad más culta, más productiva y, en consecuencia, más activa.  

En Europa, Carlos I intentó, inútilmente, mantener la religión con la espada, teniendo que aceptar, finalmente, tras la Paz de Ausburgo, que en cada uno de los estados de su Imperio, la religión fuera la que decidiera el príncipe que los gobernaba, bajo el principio cuius regio, eius religio: lo que supuso la sumisión política de la religión y su progresiva pérdida de importancia. 

En España, para evitar el curso de los acontecimientos que se producían en Europa central,  Felipe  II cerró  el país  al  desarrollo  de la burguesía, -instaurando la “economía del oro”-, y al desarrollo cultural. Para esto último, en 1559 se publicó el primer Índice de Libros Prohibidos, en el que se incluyó hasta La Educación de un Príncipe Cristiano, la obra que había escrito Erasmo de Rótterdam para el padre de Felipe, cuando era su alumno, en los Países Bajos del Ducado de Borgoña. Índice que no se derogó hasta 1966. Además, Felipe hizo volver a la península ibérica a todos los eruditos españoles que trabajaban en el extranjero, y se apoyó en la Inquisición para conservar las tradiciones religiosas medievales.

Todas estas medidas empobrecieron culturalmente a España, empeorando una tradición de apatía cultural. La Universidad pasó a ser, lo que Kagan relató en su libro, Las Universidades en Castilla 1500-1700, analizando los libros de matricula de los estudiantes de esas universidades:

“La ciencia experimental, idiomas modernos, historia y estudios de economía política, tenían poco sitio en una institución que era y que se consideraba escuela de preparación profesional para abogados y para clérigos nobles con formación jurídica. Títulos en derecho, cargos de la Corona y el prestigio que estos conferían, constituían los objetivos últimos de la universidad castellana, no el adelanto en medicina, ni la comprensión científica del mundo”

 

España, en el siglo XV y la primera parte del XVI dominaba las industrias del mundo. Cuando Enrique IV de Francia quiso desarrollar la marina nacional ordenó copiar los diseños españoles y aprender el desarrollo de las técnicas de construcción naval en el País Vasco y en Cataluña. En textiles, la mejor lana del mundo era la española y cuenta Adam Smith como la primera mujer que usó calcetines en Inglaterra fue la reina Isabel I, porque se los regaló el embajador español.

La “economía del oro” –objeto de las crueles críticas de Adam Smith y de las sutiles de Tomás Moro- se contrapone siempre a la economía del trabajo. Quevedo nos explica como se empezó a despreciar el trabajo. En el siglo XVI se estimaba que cada labrador español tenía que mantener a treinta ciudadanos ociosos. Cuando el contador real de Felipe II, Luís Ortiz, escribió su libro Sobre como quitar de España toda ociosidad e introducir el trabajo la situación era crítica y Ortiz pensaba que todo se perdería en una generación. Afortunadamente, esa perspectiva que, posiblemente estaba justificada desde el punto de vista de la burocracia, no tenía un aspecto tan malo desde el propio país.

Los reyes que construyeron España habían preservado su herencia a lomos de caballo, rodeados de sus súbditos y con grandes esfuerzos. Felipe II rigió su inmensa herencia desde la oficina.

Después de él, se consagró esa forma de dirigir el país: el poder burocrático. Los funcionarios militares superiores contaban con la confianza pasiva de los reyes, y cuando éstos empezaron a ser débiles, subyugaban el país por la fuerza. Los funcionarios civiles superiores colaboraban con aquellos y, apostillados de excelentísimos, ilustrísimos y condecorados, compartían los honores con los primeros y se relacionaban con la plutocracia. Los funcionarios inferiores soñaban con la comodidad y ocasionalmente, abusaban del pueblo con desatención, maltratos y sanciones arbitrarias.

Mientras tanto, Inglaterra y Holanda descubrían el capitalismo privado que, connatural a una democracia real, había caracterizado a la Republica de Atenas. Hasta entonces, la acumulación de medios productivos la había realizado el Estado. Su resultado estaba allí: en las pirámides de Egipto, las siete maravillas del mundo, las conquistas de Alejandro y el Imperio español.

Pero, al finalizar el siglo XVII, la acumulación de medios productivos en manos privadas en esos dos pequeños países había dado el resultado de que  ni el rey de un país de la riqueza y de la fuerza demográfica de Francia, “administrado como una dependencia del Estado” por Colbert y, aliado al rey de España, podía vencer a dos pequeñas naciones carentes de recursos naturales como Inglaterra y Holanda, tal como escribía el Rey Sol a su embajador el Conde de Tallard:

“La riqueza de las dos naciones (Inglaterra y Holanda) les han proporcionado los medios de mantener los numerosos ejércitos que aparecen todos los años en los Países Bajos… Por ello, las pérdidas que soportan los españoles de sus más importantes fortalezas, las batallas y las grandes ventajas obtenidas por nuestros ejércitos han sido insuficientes para forzar al enemigo a buscar la paz.”

La inmovilidad, a fin de conservar el poder que se disfruta, ganado tras largo enconado y competitivo esfuerzo, es la característica primera de cualquier burocracia, ya sea la del Estado, la de un partido, o de cualquier organización autosuficiente; todas, forzosamente jerarquizadas, intelectualmente comunizadas, defensoras del principio de autoridad y carentes de creatividad, pues en ellas se progresa mediante la obediencia, y el aprendizaje de las normas; donde es muy difícil, por no decir imposible, hacer carrera en menos de 20 años. Lenin inventó las burocracias políticas modernas, como “gente cuya profesión es la actividad política”. Con un esfuerzo titánico, ese régimen duró un poco más de las “tres generaciones”, limite temporal en el que Confucio cifra la duración máxima de un régimen de funcionarios. Al expirar, la URSS tenía las mayores fuerzas blindadas del mundo y enormes flotas aéreas y de submarinos; pero sus ciudadanos no podían lograr que se produjera para ellos ni unos anhelados pantalones tejanos. 

En cuanto a España, no hacen falta excesivos esfuerzos argumentales: nos gobiernan hombres salidos de las universidades, con la formación de hace cinco siglos a la que se refería Kagan. La economía española, que ha ido dando tumbos desde el año 2000 como consecuencia, otra vez de la economía del oro, reflejada en el descontrol de la masa monetaria, ha pasado de ser la octava a la decimocuarta economía del mundo, mientras que el soporte institucional de esa economía –la administración pública y política- es la 71ª del mundo según el Índice de Competitividad Global  de 2015-2016 del Banco Mundial. A pesar de ello, las empresas industriales españolas evocan el impulso exportador de Alemania.

En una nación en decadencia, no existen programas comunes ni aspiraciones comunes; cada uno de los ciudadanos, integrados en el Estado de una forma caótica, aspira solo a resolver sus propios problemas.

El efecto directo de la decadencia política sobre nuestra cohesión territorial interna es evidente, con solo que se tenga en cuenta que, inmediatamente después de la derrota de Rocroi, se produjo la separación de Portugal, la rebelión de Claris con la secesión de Cataluña y la rebelión de Medina Sidonia en Andalucía; y que al acelerarse nuestra decadencia, con la pérdida de las colonias americanas, se produjo la primera Republica y separatismos generalizados.

Hoy, nos unen mil cosas, a largo plazo más fuertes que las colonias y la espada; pero nuestra cohesión territorial nunca será inmune a la decadencia política. Por tanto, hoy no es posible creer en lo mismo, ni pensar en lo mismo  en lo que se ha pensado durante los cinco siglos de la decadencia. La gran tarea de hoy es –como dijo Hegel- poner en palabras la voluntad de nuestro tiempo -que es la de la llamada sociedad civil- y realizarla.

Eso no lo hará nunca ninguna burocracia de la decadencia,  cuyos rasgos patológicos característicos han sido magistralmente descritos por Javier Fernández Aguado en su librito La Gestión de lo Imperfecto  -http://coaching.toptenms.com/archivos/descargas/La%20Gesti%C3%B3n%20de%20lo%20Imperfecto.pdf-;  ni será un fruto maduro del voluntarismo y la incultura, causa segura y general de muchos otros males sociales. Será el esfuerzo de quienes sepan, expresen y practiquen que, en el Estado, se debe vivir y prosperar en función de la utilidad que se ofrece a los demás; consensus utilis en todo opuesto al consensus inutilis actual, mediante el que se busca y se ejerce el poder en España.  Por eso, yo apuesto por el pueblo español -que constituye la sociedad civil- y no por las burocracias o poderocracias que le gobiernan.

         (Redactado el 20.12.2016)

 

 

 

 

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